Quién eres tú si no existiera madre tierra

Dentro de su timidez, los wayúus son personas cálidas y amables con el turista, pero nunca llegan a confiar absolutamente en él. La mayoría son silenciosos y enigmáticos.

Las familias son numerosas en niños; viven con sencillez en sus rancherías sin aparatos electrónicos sofisticados comunes a nuestras casas, únicamente con lo más indispensable para el hogar: hamacas, camas, sillas, taburetes, ollas, vasijas para almacenar agua, y contados juguetes. No necesitan de nada más, para su felicidad.

Al igual que en nuestra sociedad machista, en la wayúu a la mujer se le han encomendado las labores domésticas y el cuidado de los hijos. Casi todas son expertas tejedoras, y algunas se dedican a la venta de artesanías y demás productos que fabrican manualmente. Para nada es una figura decorativa, como sucede en algunos casos en el rol de su similar blanca, por el contrario, es la cabeza del hogar y quien toma las decisiones más importantes para el núcleo familiar. Además, es quien se encarga de negociar directamente con los turistas el alquiler de las rancherías y demás servicios que ofrecen, pues sus esposos casi nunca están. No andan solas, aunque son solitarias por naturaleza, aguerridas y de armas tomar, y también consentidoras y amorosas con sus hijos. En algunos casos son más fuertes que ni los hombres blancos. ¡Yo mismo vi a una de ellas desastillar con sus manos un leño verde contra una piedra! “Qué arijuna más enclenque”, exclamó sin mirarme.

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Pescador en el Cabo de la Vela. Fotografía: Julián Duarte

En cuanto a los hombres, en su mayoría se dedican al apostólico oficio de la pesca, y el resto al pastoreo de cabras. Casi no se les ve por ahí, sólo en las madrugadas cuando parten mar adentro en sus canoas de madera, y al atardecer cuando recogen las atarrayas, algunas veces llenas, otras vacías, y se alistan nuevamente para la próxima jornada.

No deja de llamar la atención que entre ellos no hablan español cuando en la conversación está presente un extraño, sino en wayúunaiki, que es su lengua nativa. Tal vez lo hacen adrede para mantener al visitante o arijuna, como ellos le llaman, al margen de su intimidad, o para causar admiración, o sencillamente es un gesto para mostrarle su desconfianza y hacerle saber que no pertenece aquí aunque sea bien recibido.

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