Tristeza não tem fim, felicidade sim

Si tuviera que inventarle defectos al Parque Tayrona, el único sería que, desde sus playas, no se pueden ver los atardeceres, solamente una parte de su reflejo en la porción opuesta de cielo. En compensación por su ausencia, la naturaleza ofrece el amanecer, que es una experiencia sobrecogedora cuando se está acompañado de una mujer y las olas del  mar, o simplemente solo.

Taganga, en cambio, nos regala atardeceres a granel, enmarcados con barcos pesqueros anclados en la bahía, y donde el sol pareciera ocultarse bajo el lecho del mar. ¡Qué espectáculo! Pero sus amaneceres son tímidos y se esconden detrás de los montes que rodean a Taganga.

11-19 Mar 13 Cabo de la Vela - Taganga 023 2
Yo y el mar de los tres colores

Por eso es que el Cabo de la Vela en ese aspecto no tiene comparación. Tanto el atardecer como el amanecer son un completo deleite. A ambos se les observa plenamente, desde la saciedad, hasta el éxtasis de la mirada, debido en parte a su ubicación geográfica y a su condición topográfica, lo que hace del Cabo un lugar privilegiado para ver cómo la Tierra pasa de la oscuridad a la claridad, del albor a la penumbra, una y otra vez, lo que es suficiente excusa para no querer hacer otra cosa durante el día.

En fin. Aunque quisiera, no podría escribir sobre este lugar nada más que resulte creíble, salvo que es increíble, parece como sacado del sueño de algún pirata melancólico. Si por mí fuera me quedaría a vivir aquí, y también a morir. Pero toda mi vida y toda mi muerte están por delante, y las reservas de agua potable escasean y las alforjas se alivianan. Es hora de retornar a donde pertenezco y soy todo lo que soy, la ciudad, a continuar con mi vida de ciudadano de a pie, a mi rutina de cuatro paredes y un techo pintados de cielo, a mi realidad terrestre y sin mar.

CT08 535 2
Atardecer en Taganga, Santa Marta

Estos tres días con sus noches serán inolvidables, estos tres días con sus noches que no fueron ni serán suficientes para recorrer los santuarios naturales que posee esta mágica Guajira, mi Guajira en azul, como la he llamado. Bahía Honda, Bahía Portete, El Cerrejón, Manaure, Puerto Bolivar, Nazareth, y el Parque Natural Macuira, tendrán que esperar mi regreso. Será, pues, hasta la próxima. Algún día volveré, lo juro por mi alma. En estas playas dejo algo mío y que ya no me pertenece: todo mi amor al Cabo de la Vela, el amor de mis amigos. Sucede que el destino de cada río será siempre el mar.

Con algo de nostalgia decimos adiós a doña Silvia y al pequeño Oscar y sus  hermanitos, quienes fueron nuestros amables anfitriones wayúus durante estos días. Debemos continuar con la ruta trazada. Un camino largo nos espera. Mañana, muy temprano en la madrugada, una camioneta nos recogerá y nos llevará de nuevo a Cuatro Vías por 60 mil pesos. De ahí tomaremos algún carro hasta Riohacha. Luego de recorrer sus calles históricas y conocer su mar verdoso y su muelle fascinante, y de visitar a un viejo conocido, el Almirante Padilla, un bus nos conducirá al Parque Nacional Tayrona, en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde abunda el agua dulce, fish are jumping, and the living is easy. Después, si el bolsillo aguanta y las ganas aún sobreviven, a Taganga, el típico pueblo costeño de pescadores, la ciudad inmaculada del crepúsculo, el reino auténtico de la arepa de queso, y paraíso maldito de la mariacachafa, a diez minutos de la capital del Magdalena, Santa Marta, que pese a su miseria sigue teniendo tren y equipo de futbol en la “B”. Allá, en esas tierras, muy seguramente, otra historia se escribirá.

Anterior | Guajira en azul