Y no me digas pobre por ir viajando así

Bucaramanga es una ciudad intermedia y cercana a la frontera con Venezuela, y como toda ciudad intermedia, vive del comercio, además cuenta con una industria del calzado reconocida a nivel nacional y en expansión. Y como toda ciudad comercial colombiana y fronteriza con Venezuela, cuenta con por lo menos un Sanandresito, en cuyos alrededores se instauran toda clase de negocios satélites al comercio, dedicados a todo tipo de actividades, legales y no legales.

Para intercambiar productos con otras regiones es necesario tener una flota de transporte, y si esta flota pertenece a la misma organización la utilidad que arroja el negocio es más alta, pues se requieren menos intermediarios. Y si aparte de utilizarla para el transporte de mercancías se transportan pasajeros, esa utilidad que ya es bastante alta, comienza a hacerse más alta aún. Eso lo sabe hasta quien no aprobó contabilidad en el bachillerato.

Por eso es que cerca a Sanandresito La Isla funciona un parqueadero de donde sale un bus diario con destino a Maicao, en la Guajira, cargado con cajas de mercancía, que generalmente es calzado, otras veces son balones, y de vuelta traen electrodomésticos, cigarrillos y whisky de contrabando. Comúnmente se les conoce como buses merqueros. Y como son amplios y quedan sillas desocupadas, aprovechan y  cobran por pasajero, que no pertenezca a la organización, la módica suma de 35 mil pesitos, lo que es de lejos la mejor opción cuando el bolsillo está desnutrido, si se tiene en cuenta que por las vías legales el tiquete, no más hasta Riohacha, cuesta alrededor de cien mil pesos.

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Desembarco en el Cabo

Y es en ese parqueadero, al frente del restaurante Doña Edilma #2, donde realmente comienza la aventura.

Se debe estar en el sitio antes de las 7 de la noche, hora en que prenden motores y arrancan, pues no esperan ni a Nuestro Señor Jesucristo.

Si usted pertenece al género masculino, no pierda su tiempo pidiendo rebaja, cuando el encargado de cobrar es varón e irascible; si pertenece al femenino, puede que se la den antes de pedirla, si es hábil negociante, desde luego, y si les resulta atractiva -su oferta- es posible que le rebajen 5 mil pesos. De entrada, las mujeres llevan todas las de ganar en una cultura de faldas, y los hombres, todas las de perder.

No sobra advertir que el bus no es propiamente una Berlinave Premium, es un Cóndor rescatado a última hora del moridero de aves automotrices, mejor dicho, una chatarra bien engallada. Tampoco es que se pueda esperar demasiado por ese precio. Dese por bien servido si es uno de los afortunados que encontró asiento disponible para afrontar el viajecito que dura 13 horas, que por lo demás no tiene imprevistos, salvo una parada de rutina en un montallantas clandestino a la altura de Los Colorados, casi llegando a Rionegro, para enderezarle, supuestamente, a punta de porra el rin a una de las llantas, lo cual resulta, cuando menos, sospechoso. Pero nadie se atreve a chistar nada. Sólo intrigas, miradas cómplices y porrazos.

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Vista desde el Pilón de Azúcar

Si llega retardado ruéguele al señor encargado de coordinar la logística del parqueadero, (o en últimas a Nuestro Señor Jesucristo), para que le dejen ir en el pasillo, bajo su propia responsabilidad y riesgo de sufrir escoliosis. Si pierde el “vuelo” no se preocupe, recuerde que todos los días del año, sagradamente, parte un Cóndor, excepto el viernes santo.

Durante el camino se puede conciliar el sueño si uno logra acondicionar el asiento y si le encuentra acomodo al cuerpecito. En el peor de los casos, si sufre de insomnio, pasará la noche en vela, mirando el techo por largas horas y escuchando el galopar trepidante del motor, razón por la cual es aconsejable equiparse con algún tipo de reproductor de audio mp3, preferiblemente, o un discman, walkman, radio, transistor, o lo que sirva para asesinar el tedio.

Si usted es friolento, o no va bien abrigado, o bien acompañado, que es casi lo mismo, no olvide echar en su equipaje de mano una buena cobija, pues una vez en marcha hace un frío infernal allí adentro.

11-19 Mar 13 Cabo de la Vela - Taganga 016 2
Atardecer en El Cabo

Cuando la horrible noche fenece y el nuevo día alumbra, la misericordiosa luz del sol nos avisa que ya se rueda sobre suelo guajiro. Por las ventanillas se aprecia el paisaje llano característico de la región y las extensas rectas paralelas a la línea del ferrocarril, que parecieran infinitas a las vetustas alas de nuestro pajarraco destartalado.

Entre las 8 y 9 de la mañana, el calor que comienza a brotar de la carrocería, como una señal de emergencia, avisa la proximidad del punto de bajada. Y es justamente antes del momento en que el cuerpo no soporta más y el alma está por sucumbir ante la ansiedad, cuando se llega a Cuatro Vías, que es simplemente un cruce de caminos: intersección de la vía que va desde El Cerrejón (sur) hasta el Cabo de la Vela (norte), y de la vía que une a Riohacha (occidente) con Maicao (oriente).

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